¿La nueva prioridad frente a la crisis climática?
Apenas han pasado unos días desde el inicio del otoño en Norteamérica, y aunque esta estación suele asociarse con días frescos y cielos despejados, la realidad climática cuenta otra historia. Las olas de calor extremo se extienden cada vez más hacia el final del año, transformando el regreso a clases en un desafío ambiental y educativo. La crisis climática no solo amenaza a ecosistemas y economías, también redefine la manera en que los sistemas educativos deben operar para garantizar el bienestar y la seguridad de estudiantes y docentes.
El año pasado, más de 242 millones de estudiantes en 85 países enfrentaron interrupciones en sus estudios por fenómenos climáticos extremos. En Estados Unidos, solo el 21% de las escuelas fueron construidas después del 2000, lo que revela una infraestructura poco preparada para un entorno cada vez más hostil. Las olas de calor, incendios e inundaciones exigen una nueva visión: crear escuelas resilientes capaces de adaptarse, proteger y educar en un contexto de cambio constante.
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Los desafíos que enfrentan las escuelas ante el cambio climático
De acuerdo con TIME, aunque el calor extremo se asocia comúnmente con el verano, los expertos advierten que sus efectos se extienden mucho más allá. Las aulas se convierten en espacios incómodos que afectan la concentración y el aprendizaje de los niños. Según la investigadora V. Kelly Turner:
Las condiciones térmicas influyen directamente en el rendimiento y el comportamiento estudiantil, lo que convierte al clima en un factor pedagógico clave.
Por otro lado, los desastres naturales como huracanes o incendios forestales dejan secuelas prolongadas. En Nueva Orleans, las reparaciones tras el huracán Katrina tomaron 18 años, mientras que los incendios de California han provocado cierres masivos de escuelas que afectan especialmente a estudiantes latinos y de bajos recursos. Las pérdidas van más allá de los edificios: también erosionan la continuidad educativa y el tejido social de las comunidades escolares.
Adaptación y liderazgo: la ruta hacia escuelas resilientes
Frente a este panorama, algunos distritos han comenzado a actuar. En Los Ángeles, por ejemplo, el sindicato de docentes y las autoridades escolares acordaron incluir planes de acción climática en sus contratos, estableciendo protocolos claros para responder ante desastres. Además, una inversión de 9 mil millones de dólares permitirá modernizar instalaciones, ampliar zonas verdes y sustituir miles de unidades de climatización.

Estas medidas apuntan a transformar la respuesta reactiva en una estrategia estructural. Las escuelas resilientes no solo se preparan para enfrentar crisis inmediatas, sino que diseñan entornos seguros, sostenibles y capaces de mantener la educación aun en condiciones adversas.
La resiliencia educativa se convierte así en una herramienta de justicia climática, especialmente para los sectores más vulnerables.
Innovación educativa para un futuro sostenible
En Nueva York, la organización ambiental Align propone convertir las escuelas en edificios libres de combustibles fósiles y alimentados por energía solar. Este modelo busca no solo reducir la huella ambiental, sino también transformar a las instituciones educativas en núcleos de sostenibilidad comunitaria. Las mejoras en calefacción, ventilación y eficiencia energética podrían reducir el gasto del Departamento de Educación a la mitad, beneficiando tanto al medio ambiente como a las finanzas públicas.
Más allá de los muros escolares, estas iniciativas reconocen el papel de las escuelas como centros de cohesión social. En momentos de crisis, pueden servir como refugios climáticos y puntos de encuentro comunitario. Convertirlas en escuelas resilientes implica no solo una respuesta a la emergencia, sino una visión de futuro donde educación y sostenibilidad avanzan de la mano.
Espacios escolares verdes: una inversión a largo plazo
Repensar el entorno escolar también significa mirar hacia el exterior. Muchas escuelas están rodeadas de asfalto, sin árboles ni sombra, lo que incrementa la temperatura y el riesgo para los alumnos. La incorporación de áreas verdes, techos fríos y vegetación no solo mejora el confort térmico, sino que también reduce el estrés y fomenta la convivencia.
Sin embargo, estos cambios requieren inversión y políticas de largo plazo. Los recortes recientes en programas de energía limpia limitan el acceso a tecnologías como paneles solares o transporte eléctrico. Esta realidad expone una contradicción: mientras el cambio climático acelera, la capacidad de respuesta institucional se frena por falta de recursos y voluntad política.

El cambio climático está reescribiendo las reglas del entorno escolar. La educación ya no puede entenderse sin considerar el contexto ambiental en el que se desarrolla. Las escuelas resilientes emergen como una necesidad urgente, no solo para garantizar el aprendizaje, sino para proteger la vida y el bienestar de millones de niños y docentes.
Adoptar este enfoque significa reconocer que las aulas del futuro no solo deben ser inteligentes, sino también sostenibles. Hacer de cada escuela un espacio preparado para resistir y adaptarse es, en esencia, una inversión en el futuro de nuestras comunidades y en la posibilidad de seguir aprendiendo en un planeta cambiante.