Europa progresa en el desarrollo de la logística robótica urbana » Enrique Dans
Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Europa y la logística robótica urbana» (pdf), y trata sobre el despliegue creciente de robots de reparto autónomos en las calles de varias ciudades europeas, un fenómeno que hasta hace poco parecía propio de la ciencia ficción y que empieza a consolidarse cada vez más y en más sitios como una realidad cotidiana.
Empresas como Starship Technologies, fundada por uno de los creadores de Skype, han convertido la idea del «reparto autónomo de última milla» en un servicio operativo que ya ha realizado más de diez millones de entregas en ciudades como Milton Keynes en el Reino Unido o Tallinn en Estonia. En estos lugares, pequeños vehículos eléctricos autónomos circulan por las aceras transportando pedidos de supermercado, comida o medicinas, desplazándose a velocidad de peatón, esquivando obstáculos y comunicándose con los clientes mediante notificaciones móviles.
Europa, con su trazado urbano denso, sus centros históricos y sus calles estrechas, es paradójicamente un terreno ideal para esta nueva forma de logística. En muchas ciudades del continente, una simple furgoneta de reparto bloquea una calle durante varios minutos, interrumpe el tráfico y genera una molestia desproporcionada para una entrega que podría hacerse de forma mucho más fluida. Los robots, en cambio, se integran sin fricción: se mueven con el flujo de peatones, no emiten ruido ni gases, y permiten mantener la vitalidad de los cascos urbanos sin deteriorar la experiencia de quienes los habitan. En lugares donde el espacio público es limitado y valioso, esta tecnología puede convertirse en una herramienta esencial para reducir la congestión y mejorar la calidad de vida.
En Zúrich, por ejemplo, Just Eat ha lanzado un piloto con robots autónomos con forma de perro, desarrollados por la compañía RIVR, que entregan comida rápida de manera completamente automatizada. En Knokke-Heist, una localidad costera belga, Carrefour prueba un servicio de reparto autónomo dentro de un radio de 400 metros, mientras que en Alemania y los Países Bajos, Bolt y Starship colaboran para ampliar el uso de estos robots en entornos urbanos densos.
Estos proyectos no son simples demostraciones tecnológicas: representan el inicio de una transformación profunda en la logística de última milla, un sector que hoy concentra buena parte de las emisiones urbanas, el tráfico y los costes operativos del comercio electrónico. Los robots de reparto prometen reducir drásticamente las emisiones y los atascos urbanos al tiempo que mejoran la eficiencia de las entregas en pequeñas distancias. En muchas ciudades europeas, especialmente en zonas residenciales o universitarias, ya empiezan a verse como una alternativa viable y sostenible al reparto en furgoneta.
El reto, como siempre, no está solo en la tecnología, sino en la integración urbana y social. Algunas ciudades han comenzado a regular el uso de estos robots para garantizar la seguridad de los peatones y la protección de los datos que recogen sus sensores. Pero la mayoría están adoptando una actitud más abierta, dispuestas a colaborar con las empresas para adaptar las normativas y crear zonas de prueba. Este enfoque experimental, más flexible y basado en la evidencia, representa un cambio de mentalidad importante en Europa, que tradicionalmente se ha mostrado más cautelosa frente a la automatización.
También hay que tener en cuenta las implicaciones laborales. Cada robot que entrega una pizza o una compra sustituye potencialmente a un repartidor humano, lo que plantea interrogantes sobre el futuro del trabajo en el sector logístico. Sin embargo, la automatización no elimina necesariamente empleo: lo transforma. Aparecen nuevos perfiles en mantenimiento, supervisión o coordinación de flotas, y se abre espacio para trabajos mejor cualificados y menos precarios. La clave está en acompañar la transición con políticas adecuadas, no en intentar detener el progreso tecnológico.
Europa cuenta con ventajas que podrían permitirle liderar esta nueva fase. Tiene una larga tradición en robótica en universidades como ETH Zürich o la Universidad Técnica de Delft, y una sólida base industrial y urbana para desplegar soluciones de movilidad autónoma a gran escala. Si a eso se suma el compromiso político con la sostenibilidad y la calidad de vida urbana, el continente podría definir su propio modelo de automatización: menos invasivo, más humano y centrado en el beneficio público.
Los pequeños robots que hoy recorren las calles de Milton Keynes, Tallinn o Zurich representan una nueva manera de pensar la logística, la movilidad y la convivencia entre humanos y máquinas en el espacio público. Y Europa, por una vez, parece estar en una posición envidiable: la de un continente que no solo regula, sino que puede ser capaz de experimentar, aprender y liderar.