Europa, las infraestructuras y el futuro » Enrique Dans
Ayer domingo, El País publicó una edición especial titulada «Extra Infraestructuras«, en la que tuve la oportunidad de conversar con dos de sus periodistas sobre el papel de la soberanía tecnológica en Europa y el futuro de las infraestructuras digitales. El primero, Óscar Granados, con quien hablé por teléfono, escribió «El momento Sputnik de la UE«, un artículo que explora el proyecto IRIS², la constelación de satélites que busca dotar a Europa de una red de comunicaciones propia y segura.
El segundo, Miguel Ángel García Vega, con quien intercambién algunos mensajes por correo electrónico, analizó en «El valor de estar atrapados en el 5G» el dilema entre la dependencia tecnológica y la carrera hacia el 6G, junto con la transformación que prometen infraestructuras como Open RAN o Gaia-X.
En ambos casos, hablé de cómo se refleja una tendencia común: la infraestructura digital, desde las órbitas terrestres hasta las nubes de datos, se ha convertido en un terreno de disputa geopolítica. En un contexto dominado por Starlink, AWS, Google o Huawei, la Unión Europea intenta reaccionar con proyectos que no solo pretenden alcanzar la autonomía técnica, sino preservar su capacidad de decisión.
Conviene entender por qué estos dos proyectos han emergido como prioridades: tras Galileo (navegación) y Copérnico (observación de la Tierra), la Unión Europea quiere tener también su propia infraestructura de comunicaciones seguras y su arquitectura de datos que reduzca la dependencia tecnológica de actores no europeos. El proyecto IRIS² (Infrastructure for Resilience, Interconnectivity and Security by Satellite) es una constelación de casi trescientos satélites destinada a ofrecer conectividad segura a escala global, gestionada por el consorcio SpaceRISE, integrado por Eutelsat, SES e Hispasat. Su objetivo es competir, en el terreno institucional y de defensa, con constelaciones privadas como Starlink o Kuiper, pero desde una lógica europea: autonomía estratégica, regulación y control soberano. Como bien reconoce la Agencia Espacial Europea, llega tarde y con menos músculo financiero que sus competidores, pero puede jugar sus cartas en ámbitos donde estos no siempre son bienvenidos: la seguridad, la integración con redes terrestres y la protección de comunicaciones críticas.
Gaia-X es un intento de construir una nube federada, interoperable, con estándares europeos de confianza, transparencia, capacidad de reversibilidad y control de los datos, un ecosistema que permita a empresas y gobiernos compartir y procesar información sin depender de los gigantes extracomunitarios. Su misión es definir estándares comunes de interoperabilidad, seguridad y portabilidad que permitan ejercer soberanía sobre los datos industriales y públicos del continente. La asociación Gaia-X busca crear un entorno donde los datos europeos se almacenen y procesen bajo normas europeas, en lugar de quedarnos atados a jurisdicciones externas. El camino, sin embargo, no está siendo fácil. La iniciativa ha sido objeto de críticas por su burocracia y por una gobernanza que algunos consideran difusa o incluso contradictoria, como advierten diversos análisis académicos y observatorios tecnológicos. Pese a ello, su valor estratégico es indiscutible: si Europa no consigue dotarse de una alternativa de confianza para gestionar datos industriales y públicos, quedará permanentemente subordinada a terceros.
En conjunto, proyectos como IRIS² y Gaia-X dibujan el mapa de una Europa que no quiere resignarse a ser un mero cliente en la economía digital global. Una Europa que empieza a entender que la soberanía ya no se mide en fronteras físicas, sino en la capacidad de controlar las infraestructuras invisibles que sostienen su economía, su seguridad y su autonomía política. La competencia tecnológica ya no se libra solo en el terreno de la innovación, sino en el del control de las capas fundamentales de la infraestructura digital.
España, que prevé alcanzar la cobertura total de 5G en 2026 y participa activamente tanto en IRIS² (a través de Hispasat) como en la red europea de nodos de Gaia-X, se encuentra bien situada para contribuir a esa nueva arquitectura tecnológica. Pero el verdadero reto no será técnico, sino estratégico: decidir si Europa quiere ser actor o espectador en la nueva carrera por el control del espacio, la conectividad y los datos.