es la infraestructura del futuro » Enrique Dans
El debate sobre la supuesta neutralidad de los vehículos eléctricos frente a los de combustión interna ha sido persistentemente alimentado por quienes buscan conservar un modelo energético obsoleto y tóxico. Pero los datos avalan la única conclusión honesta: los vehículos eléctricos reducen las emisiones de manera significativa y sostenida, incluso cuando se consideran todas las etapas de su ciclo de vida.
Un nuevo estudio de la Universidad de Michigan ofrece uno de los análisis más integrales que se han hecho: incorpora las emisiones generadas durante la fabricación, el uso y el reciclaje de los vehículos, desde la concepción hasta el fin de su vida. Sus resultados son claros: incluso el SUV eléctrico más pesado emite menos dióxido de carbono a lo largo de su vida útil que un coche compacto de gasolina. Otro dato contundente: en Pennsylvania, un coche eléctrico con 200 millas de autonomía emite un 63% menos dióxido de carbono por milla que uno de combustión, una reducción que en Phoenix alcanza el 79%. Prácticamente ningún coche que queme gasolina puede competir con un eléctrico desde el punto de vista climático.
En España, muchos críticos recurren siempre a la misma objeción: «¿de qué sirve un eléctrico si no tengo garaje ni enchufe a mano, y aparco en la calle como la mayoría?» Esta visión parte de una premisa equivocada: que la recarga de un eléctrico debe reproducir el modelo del surtidor privado en casa. La realidad es otra. La infraestructura de recarga pública en España se está expandiendo a un ritmo acelerado: Iberdrola supera ya los 7,000 puntos en todo el país, Endesa X Way despliega miles más, y compañías como Zunder o Acciona cubren grandes corredores y núcleos urbanos. Madrid ha instalado más de trescientos cargadores rápidos en vía pública en menos de tres años, y Barcelona ha convertido la recarga en un servicio urbano básico, al nivel del alumbrado público. Y esto es solo el principio: la directiva europea AFIR obliga a instalar un cargador rápido cada 60 km en las principales autopistas antes de 2026. Pretender que el coche eléctrico solo es útil para quien tenga garaje es tan absurdo como decir que la gasolina solo sirve para quien tenga un surtidor en su casa. Es, simplemente, una cuestión de cambiar de hábitos, sin más.
La otra excusa habitual es «el coche más ecológico es el que ya está fabricado, por eso sigo con mi viejo diésel mientras funcione». Esto olvida que cada kilómetro recorrido en ese coche es dióxido de carbono añadido a la atmósfera. No es neutral, es acumulativo. Mantener un coche viejo es prolongar su impacto, no reducirlo. En contraste, un eléctrico compensa las emisiones de su fabricación en apenas dos o tres años de uso, y a partir de ahí todo es ganancia neta para el clima. Y si miramos a España, el argumento resulta aún más irresponsable: nuestro parque móvil es de los más envejecidos de Europa, con una media de 14.2 años frente a los 11 de la Unión Europea. Eso significa millones de vehículos con tecnologías de combustión anticuadas, mucho más contaminantes que los modelos actuales. Defender que «lo mejor es aguantar el coche viejo» en este contexto equivale a perpetuar una flota que es, en sí misma, parte del problema.
Europa ya ha comprobado que la electrificación tiene efectos inmediatos: la entrada masiva de eléctricos redujo un 16% las emisiones medias de los coches nuevos en solo un año. Y los beneficios no son solo globales: en la Bahía de San Francisco, cada 1% adicional de penetración de eléctricos redujo en un 1.8% la contaminación urbana, casi suficiente por sí solo para cumplir con los objetivos anuales de reducción de California. En nuestras ciudades, donde la mala calidad del aire mata a decenas de miles de personas cada año, los eléctricos significan menos enfermedades respiratorias, menos costes sanitarios y menos muertes prematuras.
Es momento de desterrar los argumentos interesados que tratan de equiparar los eléctricos a los coches de combustión. La fabricación de baterías es reciclable y cada generación tecnológica es más eficiente que la anterior. Los viejos relatos sobre la «contaminación oculta» de los eléctricos no tienen base científica: son estrategias de desinformación de quienes se resisten a abandonar un modelo basado en quemar petróleo. La transición tecnológica hacia el motor eléctrico y las energías renovables no es una moda ni una opción más: es la infraestructura del futuro. Y cuanto antes la despleguemos, mucho mejor para todos.