el desafío global de Labubu
La figura de Labubu, el adorable y ligeramente travieso personaje creado por el artista hongkonés Kasing Lung en 2015 e impulsado al estrellato por la compañía Pop Mart, ha trascendido la categoría de simple juguete coleccionable para convertirse en un verdadero fenómeno cultural y económico a escala mundial.
Este éxito rotundo, anclado en la resonancia emocional que suscita en una generación de consumidores que buscan identidad en lo lúdico, ha generado, inevitablemente, una sombra que amenaza su valor intrínseco: la falsificación masiva. La escasez deliberada, una estrategia de mercadotecnia que fomenta la ‘fiebre’ y el mercado de reventa donde las piezas más raras pueden alcanzar cifras astronómicas, alimenta directamente el lucrativo negocio de la piratería, creando una hidra con múltiples cabezas que desafía la propiedad intelectual y la seguridad del consumidor.

La magnitud de este desafío se ha puesto de manifiesto de manera dramática en las operaciones de las autoridades aduaneras de todo el mundo. Recientemente, a fecha de septiembre de 2025, se ha reportado la incautación de casi ocho millones de muñecos Labubu falsos a nivel global, un número que subraya la escala industrial de estas copias, conocidas en el argot popular como «Lafufu» o «Chabubu». China, a pesar de sus esfuerzos por reforzar la protección de la propiedad intelectual, sigue siendo un punto neurálgico, con incautaciones de decenas de miles de piezas en aeropuertos como el de Pudong en Shanghái, donde no solo se interceptan los muñecos de peluche, sino también todo tipo de mercancías derivadas como llaveros, mochilas e incluso prendas de vestir. Estas cifras revelan que la piratería no es un problema marginal, sino una estructura paralela de fabricación y distribución que intenta capitalizar de forma ilícita la popularidad del diseño original.

Las consecuencias de esta actividad fraudulenta van mucho más allá del mero perjuicio económico para Pop Mart y su creador.
Se trata de una cuestión de salud pública y de seguridad del consumidor que ha obligado a intervenir a organismos reguladores de alcance internacional. Las imitaciones, fabricadas con materiales de calidad visiblemente inferior, suelen incumplir los estándares de seguridad más elementales. La Comisión de Seguridad de Productos del Consumidor de Estados Unidos, por ejemplo, ha emitido alertas en agosto de 2025 sobre el peligro de asfixia que representan estas copias. Al romperse con facilidad, desprenden pequeñas piezas que suponen un riesgo crítico para los menores de edad. Este factor de riesgo sanitario mancha indirectamente la reputación de la marca genuina y pone en tela de juicio la confianza de los padres en la industria del juguete coleccionable, una dimensión humanamente sensible de este conflicto comercial.

La proliferación de las falsificaciones también se ha visto potenciada por la sofisticación de los canales de venta en línea, donde los estafadores demuestran una preocupante habilidad para el engaño digital.
Utilizan la inmediatez y el aparente anonimato de plataformas como TikTok Live para interactuar en tiempo real con compradores, a menudo exhibiendo productos auténticos para ganar credibilidad mientras, en realidad, venden las copias de baja calidad. Estos timos se perfeccionan con la creación de sitios web fraudulentos que replican la estética oficial de Pop Mart y el uso de variaciones ortográficas intencionadas, como «Lafufu», para eludir los filtros de detección. Una vez que las víctimas introducen sus datos de pago, reciben un artículo de mala calidad o, simplemente, la operación desaparece para resurgir bajo un nuevo dominio, evidenciando un complejo esquema de fraude digital y de robo de datos personales que afecta a la seguridad informática de los aficionados.
Para combatir esta marea de imitaciones, Labubu y Pop Mart han tenido que desplegar un sofisticado arsenal de contramedidas centradas en la autenticación del producto y la educación del consumidor.
La principal línea de defensa reside en la tecnología de identificación física: cada pieza auténtica se acompaña de un packaging de calidad con códigos QR legítimos y pegatinas holográficas. Estos códigos, al ser escaneados e introducir una serie de dígitos secretos en el sistema oficial de Pop Mart, permiten al comprador verificar de forma inequívoca la autenticidad del muñeco. Adicionalmente, la marca ha tenido que proporcionar guías detalladas a las autoridades aduaneras, transformando a los agentes en expertos improvisados capaces de discernir los sutiles, pero cruciales, defectos de las copias, tales como la asimetría de las orejas o la calidad y coloración de las «chapitas» y el material de la figura, detalles que para el ojo inexperto pasarían inadvertidos.
El esfuerzo contra la piratería también se complementa con la estrategia de distribución. A pesar de la alta demanda que provoca la reventa, la recomendación más sólida para el consumidor es la compra directa en tiendas oficiales o a través de importadores autorizados. Esta medida busca cortar de raíz el flujo que alimenta los mercados en línea no garantizados y las ventas directas fraudulentas. Es un acto de responsabilidad compartida; la marca protege sus diseños con herramientas tecnológicas y legales, mientras que el consumidor refuerza la cadena de custodia al optar por canales de venta seguros. La lucha de Labubu, por tanto, se convierte en un paradigma de la batalla contemporánea por la propiedad intelectual en la era de la producción masiva y el comercio digital, una pugna constante por mantener la integridad del arte y la confianza de quienes se han enamorado de sus singulares monstruos.