convertir las tierras raras en un arma » Enrique Dans

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IMAGE: A close-up of metallic ingots labeled “Neodymium” and “Lanthanum” alongside piles of dark mineral ore, under moody industrial lighting that evokes power and control

Para entender la importancia del reciente anuncio de China sobre restricciones a las exportaciones de tierras raras, conviene empezar por lo más elemental: ¿qué son estas sustancias, por qué se denominan «raras» y cómo ha construido China su dominio? Solo así podemos calibrar los riesgos y las oportunidades que se abren para Estados Unidos, Europa y otros actores globales, y las posibles razones políticas que motivan esta escalada.

Las tierras raras son un conjunto de diecisiete elementos químicos, la mayoría de ellos lantánidos, más escandio e itrio, que tienen propiedades magnéticas, ópticas y electrónicas singulares: son esenciales para fabricar imanes de alta potencia, baterías, turbinas eólicas, semiconductores, láseres, dispositivos ópticos y sistemas militares sensibles. Aunque el nombre invita a pensar en algo escaso, no lo son tanto en términos de abundancia en la corteza terrestre: muchos de estos elementos están presentes en concentraciones moderadas, pero casi nunca aparecen en vetas puras ni concentradas: suelen estar mezclados con otros minerales que dificultan su extracción y separación. Esa dificultad técnica es parte de la razón por la que su explotación es costosa y compleja.

En cuanto a reservas, China lidera con creces: según estimaciones recientes, conserva cerca de 44 millones de toneladas equivalentes en óxidos de tierras raras, un porcentaje muy relevante frente a otros países como Brasil (21 millones), India (6.9 millones) o Australia (5.7 millones). Globalmente, China controla más del 69% de la producción de tierras raras. En abundancia total, no suponen un problema tan relevante: la realidad es que no encontramos más yacimientos de tierras raras simplemente porque no las buscamos con la suficiente insistencia: ahora que se conoce su importancia estratégica, se buscan más, y periódicamente se anuncian nuevos yacimientos en otros países. Sin embargo, en producción, ese liderazgo es aún más significativo: en 2024 China extrajo alrededor de 270,000 toneladas en equivalente de óxidos de tierras raras, mientras que Estados Unidos produjo tan solo unas 45,000 toneladas. Pero el dominio chino no radica solo en el dominio de las minas: la clave es que controla casi el 90% de la capacidad global de procesamiento y refinación, etapas donde se convierten los óxidos minerales en sustancias puras útiles.

¿Cómo llegó China a esta posición? La respuesta no es solo geológica, sino fundamentalmente estratégica y política, el resultado de trazar planes y estrategias a largo plazo. Desde los años ochenta y noventa, Beijing empezó a invertir de manera sistemática en la cadena completa de suministro de tierras raras: minería, separación química, fabricación de imanes, reciclaje, tecnología de aleaciones… Esa integración vertical permitió que los costes cayeran y que los competidores fuera de China no pudieran igualar ni la escala ni el dominio tecnológico. Asimismo, China aplicó regulaciones, subsidios y protección industrial para orientar la cadena hacia sus empresas nacionales. Además, China ha utilizado cuotas de producción, permisos y controles internos como palanca de disciplina sobre sus actores mineros para regular oferta interna y exportaciones.

Con ese contexto, las recientes medidas anunciadas en forma de ampliación de los controles de exportación no pueden ser entendidas como un accidente, sino como un acto consciente de diseño geopolítico. Beijing extenderá los permisos de exportación a doce elementos, y exigirá licencias para equipos de minería y refinación. Los usos vinculados con defensa, semiconductores y aplicaciones duales recibirán un escrutinio especial. Además, estas restricciones incluyen tecnología utilizada en procesos chinos, es decir, afectarían incluso a productos fabricados fuera de China si incorporan componentes o procesos vinculados con materias primas chinas.

¿Qué efectos inmediatos y de mediano plazo pueden derivar de esta jugada? En primer lugar, una disrupción en las cadenas de suministro para sectores estratégicos: defensa, industria aeroespacial, fabricantes de automóviles eléctricos, productores de turbinas eólicas y empresas de chips. Las empresas que confían en proveedores chinos pueden encontrarse con retrasos, aumentos de precios o bloqueos regulatorios. La nueva normativa obliga a que la exportación de ciertos óxidos y imanes esté sujeta a licencias, lo cual introduce una capacidad de «ralentización» deliberada: no es una prohibición total, pero sí un freno regulatorio.

En segundo lugar, la reacción internacional probablemente será agresiva: sanciones recíprocas, amenazas arancelarias (como la amenaza de Trump de imponer «aranceles masivos» tras el anuncio chino), , demandas en la Organización Mundial de Comercios, e incentivos para acelerar proyectos nacionales de tierras raras. Esa presión puede generar tensiones diplomáticas graves y una escalada comercial.

Tercero, una carrera por diversificar la oferta: países y empresas tratarán de encontrar minas alternativas, plantas de refinación no chinas y tecnologías que reduzcan la dependencia. Ya hay señales prometedoras: empresas europeas planean imanes sin tierras raras, las inversiones en reciclaje de metales críticos crecen, y en Europa existe una legislación activa como la Critical Raw Materials Act para fomentar el desarrollo de capacidades locales de extracción y procesamiento. En el Reino Unido, por ejemplo, la planta Pensana Salt End aspira a cubrir un 5% de la demanda mundial de neodimio y praseodimio.

Para Estados Unidos, las alternativas son dolorosamente limitadas en el corto plazo. Aunque tienen la mina Mountain Pass operada por MP Materials, las etapas de separación química avanzada y producción de imanes no están completamente desarrolladas, y no se desarrollan de un día para otro. El Departamento de Defensa ha comprometido fondos para construir una cadena «desde la mina al imán» antes de 2027, pero esa meta está lejos de estar asegurada, especialmente para los tierras raras «pesadas» (disprosio, terbio), donde China tiene un monopolio casi total.

Pero esas restricciones estratégicas no pueden entenderse solo como respuestas defensivas: China, en realidad, espera obtener de ellas varias ventajas. Primero, quiere reforzar su centralidad en las negociaciones comerciales: al controlar los cuellos de botella de suministro crítico, tiene cartas para presionar concesiones en tecnología, acceso de mercado o aranceles. Segundo, puede incentivar que industrias intensivas tecnológicas se asienten en China para asegurar acceso, lo que reforzaría su liderazgo en cadenas de valor de alta tecnología. Y tercero, la medida envía un mensaje geopolítico: que China está dispuesta a «armar» su ventaja minera como palanca de poder global.

Más aún, hay consecuencias colaterales inquietantes: la militarización del comercio tecnológico. Al interpretar estos minerales como bienes de uso dual, China está borrando la frontera entre la industria civil y la militar, lo que complica cualquier acuerdo internacional. Nada que no hubieran hecho antes los Estados Unidos, pero un cambio significativo. El control sobre tecnologías de refinación y equipos obliga a contrapartes extranjeras a depender de licencias chinas incluso para productos no fabricados en China. Además, puede catalizar alianzas de suministros estratégicos: Estados Unidos, Europa, Canadá, Australia y Japón se verán obligados a cooperar en proyectos conjuntos para mitigar esta dependencia. En el plano financiero, las compañías con exposición a estas cadenas pueden ver devaluaciones, riesgos en fusiones y adquisiciones y reconfiguración de valoraciones.

No podemos descartar que este movimiento conduzca a innovaciones disruptivas: motores eléctricos sin imanes de tierras raras, nuevos procesos de separación eficientes, o materiales sustitutivos. Ya se reporta que fabricantes europeos como BMW o Renault exploran motores que prescindan de tierras raras. Si alguna de estas tecnologías alcanza viabilidad comercial, podrían llegar a erosionar la ventaja china a mediano plazo.

En mi opinión, estamos ante un paso estratégico hacia una nueva fase geo-económica: los recursos minerales dejan de ser insumos pasivos y se convierten cada vez más en palancas de poder, y China ya no es en absoluto un actor tímido o únicamente reactivo en este sentido. Para quienes dependen de estos suministros, la pregunta ya no es sólo tecnológica o industrial: es de soberanía estratégica. El siglo XXI podría definirse, en buena parte, por quién controle las materias primas más discretas, pero más críticas de todas.


You can read this article in English on my Medium page, «China’s rare earth export controls: what they mean for the United States and Europe»

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