Así es como Böcker ha aprovechado de forma ingeniosa el robo de las joyas del Louvre para potenciar la visibilidad de sus servicios y marca
El suceso del robo al Louvre con un montacargas, acontecido en octubre de 2025, trasciende la mera crónica judicial para erigirse como un estudio de caso magistral en la disciplina del marketing moderno.
Este tipo de eventos de alto impacto, teñidos de dramatismo o incluso de una épica criminal, ofrecen un campo de juego inesperado para aquellas marcas dotadas de suficiente ingenio y audacia para abrazar el riesgo. Lejos de la reacción protocolaria de distanciamiento, algunas empresas han comprendido que el auténtico valor reside en la conversación global generada, y su objetivo es insertarse en ese torrente comunicativo con una jugada memorable que desafíe las fronteras de lo convencional. La premisa es sencilla: en la era de la viralidad, la visibilidad es la divisa más valiosa, incluso cuando la fuente de esa notoriedad se origina en un contexto negativo.
La estrategia clave en estas maniobras es la del aprovechamiento oportunista, o newsjacking en la jerga anglosajona, pero ejecutada con una finura que evita la burda explotación.
El éxito radica en pivotar el centro de atención del acto delictivo hacia los atributos de excelencia del producto.En el caso de Böcker Maschinenwerke GmbH, la firma alemana de la grúa, el golpe de genialidad no fue disculparse por la asociación de su máquina con un robo, sino capitalizar precisamente las cualidades que la hicieron útil para los ladrones: la rapidez y el sigilo. Transformaron el atrevimiento de los delincuentes en un testimonio involuntario de la eficacia técnica de su modelo Agilo. El mensaje no se centró en el robo de joyas, sino en la capacidad de la máquina para movilizar “tesoros” de 400 kilos a 42 metros por minuto, de forma “silenciosa como un susurro”. Es una recontextualización del relato donde la marca, sin ser cómplice, se alinea con la eficiencia de facto demostrada en el evento.

Para que este tipo de campañas funcione sin generar un rechazo irrecuperable, la ejecución debe ser inmediata y el tono, intencionalmente ambiguo.
Se requiere una pizca de humor autoparódico y una condena formal para salvar las apariencias éticas, como hizo el director de Böcker al lamentar el delito mientras sonreía ante la inyección de visibilidad. El público, especialmente el de las redes sociales, no busca lecciones de moralidad de las corporaciones, sino entretenimiento y comentarios ingeniosos. Cuando un equipo de marketing logra convertir un vehículo de noticias de índole criminal en un meme corporativo que celebra la «calidad made in Germany», se produce una resonancia cultural que trasciende las métricas tradicionales de publicidad.
Esta aproximación representa un riesgo calculado, una apuesta por el efecto multiplicador de la polémica bien gestionada. Es una muestra de la madurez de la comunicación corporativa para entender que, a veces, la vinculación a un “villano” o a un suceso disruptivo genera más engagement y recuerdo de marca que cualquier anuncio convencional. Al final, la empresa logra lo que persiguen todas las campañas: ser parte de la conversación, logrando que su nombre sea pronunciado y buscado en internet por millones de personas que, de otra forma, nunca habrían oído hablar de un elevador industrial. La máxima del marketing de choque se cumple a rajatabla: en el mercado de la atención, la controversia, si se maneja con inteligencia, es la reina.